Luis Miguel de Camps, ministro de Educación orador invitado en esta Centésima Décima Segunda graduación de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, campus de Santiago. Sábado 07 de junio de 2025.
Muy buenos días a todas y todos,
Querido rector, autoridades académicas, familias, y muy especialmente, estimados graduandos:
Volver a esta universidad, mi casa de formación, siempre despierta gratitud. Pero volver hoy, desde otro lugar en la vida, como servidor público, tiene un peso distinto. Es, en el fondo, un reencuentro con lo esencial: con lo que soy y con lo que elegí ser.
Aquí estudié derecho. Pero más allá de los libros, fue aquí donde aprendí a hacer preguntas difíciles, a defender ideas con respeto, a sostener convicciones con humildad. Fue aquí donde comprendí que el conocimiento, por sí solo, no transforma. Lo que transforma es el propósito con el que se usa.
Por eso, cuando terminé mis estudios fuera del país, no dudé en volver. Y no solo a trabajar: volví aquí, a enseñar. Porque devolver lo recibido desde el aula fue —y sigue siendo— mi forma más honesta de agradecer.
Esta universidad no solo me formó en competencias. Me enseñó que el conocimiento florece cuando está al servicio del bien común. Aquí entendí que el verdadero liderazgo no nace del individualismo, sino del encuentro: con los otros, con el país, con los valores que nos trascienden.
Queridos graduandos:
¡Felicidades!
Lo que ustedes han logrado hoy es el sueño de muchos niños y jóvenes en todo el país.
Hace poco, recibí en mi despacho a un grupo de estudiantes de Arroyo Barril, en Samaná. Habían ganado el Champion Award de la LEGO League, convirtiéndose en el primer centro de educación pública en lograrlo. Compartimos una pizza, armamos legos y conversamos sobre el futuro.
Lo que más me impresionó no fue el premio, sino la claridad con la que cada uno hablaba de su vocación. Querían ser médicos, ingenieros, abogados. Pero lo más profundo no era el qué, sino el por qué: todos tenían un propósito, un sentido claro de lo que querían transformar en su comunidad. Esa madurez —en niños de apenas doce años— me conmovió profundamente.
Y hoy, al verlos a ustedes, pienso en ellos. Porque lo que para esos niños es todavía un anhelo, ustedes ya lo han hecho realidad. Por eso, más que orgullosos, siéntanse conscientes del lugar que ocupan. Hoy son prueba viva de que sí se puede. Y esa certeza, cuando se comparte, cambia mundos.
Hoy egresan de esta universidad en un mundo cambiante, exigente, a menudo contradictorio. Un mundo donde a veces la apariencia parece pesar más que la sustancia, y donde la velocidad a menudo reemplaza la pausa necesaria para pensar. Ante ese escenario, hay algo que nadie podrá quitarles: la claridad de quiénes son, y la fidelidad a lo que elijan defender.
Algunos de ustedes continuarán especializándose. Otros emprenderán nuevos rumbos. Muchos iniciarán —o retomarán— su vida laboral desde otra posición. Algunos aún están descifrando cuál será el próximo paso. Y eso también es parte del camino. Porque la incertidumbre no es un freno: es el espacio donde empieza la verdadera búsqueda.
Y en medio de esa búsqueda, no pierdan de vista esto: no se concentren tanto en llegar que se les escape el privilegio de estar. El presente no es un simple tránsito: es el taller donde el futuro empieza a moldearse.
Lo importante no es tenerlo todo resuelto, sino dar el primer paso con convicción. Porque el camino se construye mientras se camina.
Y en ese camino, harán elecciones pequeñas y grandes. Lo que marquen con ellas no será solo un currículum: será carácter. Sean fieles a su brújula. Que la integridad nunca se vea comprometida, aunque el camino sea difícil. Que la excelencia sea su norma, no su excepción. Que elijan lo correcto, incluso cuando nadie los esté mirando.
Vivimos tiempos en que el ruido suele confundirse con el logro. Donde lo superficial, a veces, eclipsa lo esencial. Y en medio de esa confusión, es fácil pensar que solo lo visible vale. Pero no todo impacto se anuncia. A veces, el liderazgo más profundo no hace ruido: transforma en silencio. Porque muchas veces, la manera más poderosa de dominar un campo, de marcar una diferencia real, es hacer —con excelencia y dignidad— lo que a uno le toca, sin esperar aplausos.
Y si algo quisiera que recordaran siempre es esto: los avances tecnológicos son inmensos, pero lo esencial sigue siendo profundamente humano. Saber preguntar, discernir, conectar. La tecnología puede procesar datos, pero no puede reemplazar el poder de una idea bien pensada, de una conversación honesta, de una mirada que escucha. Los vínculos, los lazos, la empatía: ahí está la verdadera diferencia.
Ustedes están llamados a más que ejercer una profesión. Están llamados a incidir, a construir sentido, a dejar una huella que no se borre cuando se apagan los luces del momento. Y ese llamado aunque a veces parezca discreto— siempre tiene una fuerza transformadora.
Este país los necesita. Y no solo como profesionales. Los necesita como ciudadanos éticos, críticos, generosos. El título que hoy reciben es una llave. Lo que decidan abrir con ella… depende solo de ustedes.
Y si me permiten una última invitación —no un consejo, una invitación— sería esta: no caminen con prisa sin mirar alrededor. Deténganse de vez en cuando. Celebren lo que van logrando. Porque el proceso también es parte del legado.
Felicidades, promoción 2025.
Que su orgullo nunca eclipse la humildad.
Que su pasión nunca pierda dirección.
Y que su éxito nunca los desconecte del propósito.
Y cuando tengan que elegir, escojan siempre lo que edifica, lo que eleva, lo que honra lo mejor de ustedes.
Porque eso —eso— también es una forma de servir. Y es, sin dudas, la mejor forma de vivir.
Muchas gracias.